sábado, febrero 02, 2008

EXPIACIÓN - AtoNEmeNT




EXPIACIÓN (Del lat. expiatĭo, -ōnis).
1. f. Acción y efecto de expiar.

EXPIAR (Del lat. expiāre).
1. tr. Borrar las culpas, purificarse de ellas por medio de algún sacrificio.
4. tr. Purificar algo profanado, como un templo.



Tres vidas marcadas para siempre por los celos de una niña, impulsada por un sentimiento infantil y caprichoso, exento de inocencia, dominada por la imaginación exacerbada de futura escritora frustrada.

Ella, con su vestido verde, frágil, que no comprende sus propios sentimientos, no entiende y por eso reacciona violentamente contra él. Cree odiarle porque le ama. Cree odiarle por su brutal sinceridad cuando en realidad ha prendido en ella la llama de la pasión. Ella le reta, le incita, entra al juego.

Él la desea. Se estremece con su sola visión. Mojada, con su piel transparentándose bajo la ropa empapada, inmóvil ante él. La promesa de su piel le impulsa a la imprudencia, sin saber que obtendría alivio para su deseo y al tiempo, el castigo de postergar ese deseo para siempre. Una felicidad breve, arrebatada sin piedad, robada cuando aún era un esbozo de amor.

La niña. Culpable de un pecado mayor que lo que su tierna edad es capaz de asimilar. Guarda silencio, miente creyendo que dice la verdad. Destroza dos vidas jóvenes, un amor embrionario que perpetúa con el dolor de arrancárselo del corazón cuando apenas acababan de decirse por primera vez "Te quiero". Al mismo tiempo, encubre al verdadero culpable.

El pecado. Un hombre adulto no debería desear a una niña. Aunque siempre hay en esto dobles lecturas… Como en la Lolita de Nabokov nunca podemos ser justos al juzgar cuando la niña no se comporta como tal y se insinúa o incluso, ama al hombre. Lo que sí podemos poner son límites y decidir que la menor no es responsable de sus actos, aunque sean de seducción mientras que el adulto sí ha de serlo. En cualquier caso, la pequeña brujita pelirroja tienta a su suerte y el hombre no duda en pecar con tan buena suerte que resulta absuelto y su culpa cae sobre otro.



Con los años su horrible pecado dio vía libre para sellar por siempre jamás tan depravado comportamiento con una boda. La niña escritora no será consciente de ello hasta que la Iglesia selle una unión pervertida por el abuso de poder que el adulto ejerce sobre su Lolita. El rostro de la verdad se perfila en su retina con límpida claridad. Y en este preciso instante repara en su error.

"Vuelve a mí" le susurra ella a él. "Vuelve a mí" porque te marchaste cuando no correspondía, porque cuando había que sonreír, lloramos, porque cuando debíamos desbordar felicidad, fuimos desgraciados. "Vuelve a mí". Sana el dolor terrible del amor sentido y no disfrutado, desperdiciado, una juventud desecha por la espera y el temor.

Expiación. La niña que ha dejado su infancia necesita expiar su pecado. El arrepentimiento devora su alma. Necesita purificar lo profanado: el amor, lo más sagrado. Y para ello recurre a su propio sacrificio. Renuncia a su sueño de escritora célebre y se convierte en enfermera. Dedica sus días a los heridos de guerra, a sanar sus heridas físicas y psíquicas, a sujetar la mano del moribundo, a sufrir el dolor humano en su máxima expresión. Y espera en vano ver a su amado, al que ella misma condenó. Promete cambiar su declaración, contar lo sucedido en realidad, salvar las almas de los amantes, darles una segunda oportunidad. Aunque solo sea como todo nació: en su imaginación.

Y en su imaginación, él volverá a ella, como debió de ser, como nunca fue. Vuelve a mí.

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